Un día hablaba el Conde Lucanor con Patronio de este modo: -Patronio, sabed que tengo un hermano de padre y madre, mayor que yo, por lo cual debo respetarlo y obedecerlo como a mis mayores. Tiene fama de ser muy inteligente y buen cristiano, pero Dios ha querido que yo sea más rico y poderoso que él y, aunque no quiere reconocerlo, estoy seguro de que me envidia. Cada vez que necesito su ayuda o le pido que haga algo por mí, se excusa diciendo que no puede por ser pecado y, dando largas al asunto, deja de ayudarme. Sin embargo, cuando él precisa mi ayuda, me dice que, aunque se hundiera el mundo, debo arriesgar mi vida y mis bienes por hacer lo que me pide. Como habitualmente se comporta así, os ruego que me aconsejéis el modo más conveniente de solucionar este asunto. -Señor conde -dijo Patronio-, me parece que el comportamiento de vuestro hermano se parece mucho al de una mora con el suyo. El conde le preguntó lo que había sucedido. -Señor conde -dijo Patronio- un moro tenía una hermana tan mirada que, por cualquier cosa que veía o le hacían, daba a entender que sentía miedo y espanto. Era tan delicada que, cuando bebía en unas jarritas que tienen los moros, como el agua suena entonces un poco, decía que le entraba tanto miedo con el ruido que estaba a punto de desmayarse. »Su hermano era muy buen muchacho, pero muy pobre, y, como la pobreza obliga a los hombres a hacer lo que no quieren, aquel joven tenía que ganarse la vida de modo muy vergonzoso, pues, cada vez que se moría alguien, iba de noche al cementerio y le quitaba la mortaja, así como las ofrendas funerarias. Así se mantenían su hermana, él y toda la familia. Y la muchacha lo sabía. »Una vez murió un hombre muy rico, al que enterraron con lujosos vestidos, alhajas y cosas de mucho valor. Cuando se enteró su hermana, le dijo que quería acompañarlo aquella noche para ayudarle a traer todas las riquezas con que lo habían enterrado. »Estando ya muy oscuro, se fueron el mancebo y su hermana al cementerio, llegaron a la tumba del difunto y la abrieron, pero, cuando le quisieron quitar los ricos paños que vestía, vieron que no podían hacerlo sin cortarlos, o bien, rompiendo la cerviz del difunto. »Al ver la hermana que, si no le quebraban la cerviz al muerto, tendrían que romper las ropas, con lo cual perderían todo su valor, cogió con sus manos la cabeza del difunto y, sin compasión y sin pena, la separó del cuerpo, que descoyuntó todo. Luego le quitó ella las ropas que vestía, así como las riquezas, y se marcharon los dos. »Mas al día siguiente, cuando estaban comiendo, al beber agua, la jarrita empezó a sonar y la mora dijo que iba a desmayarse por aquel pequeño ruido. Cuando su hermano lo vio y se acordó de la frialdad y de la indiferencia que había demostrado al descoyuntar la cabeza del muerto, le dijo en árabe: »-Aha ya ohti, tafza min bocu, bocu, va liz tafza min fotuh encu. »Lo que quiere decir: «Ay, hermana, os asustáis del sonido de la jarrita, que hace gluglú, y no os dio miedo la cabeza del muerto». Esta frase se ha convertido en un refrán, que utilizan mucho los moros. »Vos, señor Conde Lucanor, si veis que vuestro hermano mayor se excusa de hacer lo que os conviene -tal como me habéis contado-, pretextando que es pecado lo que le pedís, aunque no lo sea, y luego os pide a vos que hagáis lo que a él interesa, aunque sea pecado más grave y perjudicial para vos, comprended que actúa como la mora, que se espantaba del sonido del agua en la jarrita y no le producía miedo descoyuntar la cabeza del muerto. Cuando os pida que hagáis en su favor algo que pueda perjudicaros, portaos con él como él lo hace con vos: dadle buenas palabras y estad muy amable con él. Si os pide algo que no os perjudique, ayudadle si podéis; pero, si no es así, excusaos siempre de forma muy cortés, para que al final, por un medio o por otro, su petición quede desatendida. Comprendió el conde que Patronio le daba un buen consejo, lo siguió y le fue muy bien. Y viendo don Juan que este cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos que dicen así: Si alguno no quiere en lo tuyo ayudar, cuando algo te pida, responde que lo harás. FIN |
lunes, 28 de febrero de 2011
Lo que sucedió a un moro con una hermana suya que decía ser muy miedosa.
Lo que sucedió a un hombre con otro que lo convidó a comer
Otra vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo: -Patronio, ha venido un hombre y me ha dicho que hará una cosa muy provechosa para mí, pero, al decírmelo, pensé que su ofrecimiento era tan débil que preferiría él que no lo aceptase. Yo pienso que, por una parte, me interesaría mucho hacer lo que me sugiere, aunque tengo reparos para aceptar su oferta, pues creo que me la ha hecho sólo por cumplir. Como sois de tan buen juicio, os ruego que me digáis lo que os parece que deba hacer en este caso. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que hagáis en esto lo que me parece más favorable para vos, me gustaría mucho que supierais lo que sucedió a un hombre con otro que le convidó a comer. El conde le rogó que le contase lo que entre ellos había ocurrido. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, había un hombre honrado que había sido muy rico pero se había arruinado totalmente, y le resultaba muy vergonzoso y humillante pedir ayuda a sus amigos para poder comer. Por esta razón pasaba muchas veces pobreza y hambre. Un día estaba muy preocupado, pues no tenía nada para comer, y acertó a pasar por la casa de un conocido suyo que estaba comiendo; cuando su amigo lo vio pasar, le dijo por simple cortesía si aceptaba comer con él. El hombre honrado, movido por tanta necesidad, le dijo, después de lavarse las manos: »-Con mucho gusto, amigo mío, porque tanto me habéis pedido e insistido para que coma con vos, que os haría una grave descortesía si rechazara vuestro amistoso y cálido ofrecimiento. »Dicho esto se sentó a comer, sació su hambre y quedó más contento. Al poco, Dios le fue propicio y lo sacó de aquella miseria en que vivía. »Vos, señor Conde Lucanor, como juzgáis que lo que ese hombre os ofrece es muy provechoso para vos, simulad que aceptáis por darle gusto, sin pensar que lo hace por cumplir, y no esperéis a que insista mucho más, pues podría ser que no os renovara su ofrecimiento y entonces sería humillante para vos pedirle lo que ahora os ofrece. El conde lo vio bien y pensó que era un buen consejo, obró según él y le resultó de gran provecho. Y viendo don Juan que el cuento era muy útil, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos: Cuando tu provecho pudieras encontrar no debieras hacerte mucho de rogar. FIN |
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